JUNTO AL ALMA REBELDE DEL PUEBLO GUAYAQUILEÑO



De las muchas leyendas de Guayaquil, hoy prefiero recordar la historia de amor y valentía del Cacique Huancavilca Guayas y de su amada compañera Quil, quienes sacrificaron su vida en las orillas del río que baña esta hermosa región y que,  de alguna manera,  refleja el espíritu guerrero y libertario de los guayaquileños y guayaquileñas desde su origen pre-hispánico, ese carácter revolucionario impidió el asentamiento efectivo de la ciudad de Guayaquil  por años y  marca la historia no  solo de la provincia del Guayas, sino del Ecuador y de América Latina.

Desde su corazón de vitrales y asfalto, nace el aliento que necesitan los sueños democráticos para hacerse realidad y que alimentan los almendros de  la Plaza del Centenario, donde un caballito de madera parece querer  llevarnos a galope tendido a la plaza de “Las Iguanas”  a visitar la estatua del libertador que,  desde su caballo,  reclama la integración del Sur y del Caribe, refrenado en el encuentro cimero de Bolívar y San Martín en el Hemiciclo de La Rotonda, allá por 1822.

Es que el espíritu rebelde y libertario de Bolívar parece sentirse a gusto en Guayaquil,  que camina junto a los miles de visitantes del Malecón  que más que llevar su nombre, sintetiza el alma rebelde del pueblo guayaquileño.

Por todo ello, fue muy grato el cumplir mis 30 años en Guayaquil, cuna  de la escritora Dolores Sucre, sobrina del Gran Mariscal de Ayacucho, para refrendar mi compromiso inspirada en las sabias palabras del poeta José Joaquín de Olmedo, quien en su momento sentenció: “Un buen gobierno es aquel donde las  buenas leyes hacen felices a buenos ciudadanos”

Gracias a Guayaquil, cuyos maestros ilustres forjan el camino que los niños, niñas y jóvenes del Ecuador hemos decidido transitar en el proceso de construir una América Latina, libre, soberana y equitativa.