Tras el referendo en Bolivia, grandes desafíos



Tras el referendo en Bolivia, grandes desafíos

Los recientes reveses electorales para la izquierda en la región tienen que ser asumidos como un llamado de atención para la militancia y la dirigencia política de los procesos de cambio. La cerrazón a la reflexión y a la autocrítica es un lujo que no podemos permitirnos ante el imperativo moral-político de continuar las transformaciones que modifican para bien y, día a día, las condiciones de vida de millones de seres humanos.

No se trata de ganar la disputa política con el simple objetivo de mantener el poder, ni de mantener el gobierno y el Estado para administrar lo existente por un periodo de tiempo mayor al gobernado. De lo que se trata es de seguir dignificando a través de la política la vida de un continente entero y seguir transformando las relaciones de poder a escala planetaria. Volver a esta perspectiva es fundamental ahora más que nunca, construir esta perspectiva con la gente es la alternativa estratégica que hemos de buscar sin cansancio de ahora en adelante. Un proyecto electoral que no esté ligado a esta mirada histórica estará condenado a la derrota.

La apretada victoria del “no” en Bolivia, el triunfo de la oposición venezolana en el parlamento y el ascenso de la derecha al poder en Argentina, así como otros episodios recientes, marcan, creemos, un punto de inflexión en la política latinoamericana que nos obliga a volver la mirada y repensarnos a nosotros mismos en distintos aspectos de nuestro ejercicio político.

Si bien estos resultados no corresponden a un rechazo abierto a las políticas que convirtieron a nuestros países en un referente regional, y muchísimo menos son un espaldarazo ciego a la derecha y su búsqueda de restablecer el neoliberalismo en la región, son momentos que debemos comprender mejor y actuar en consecuencia, entendiendo que en la lucha política no existen ni los triunfos ni las derrotas definitivas, pues no son procesos lineales, ni siquiera progresivos, sino que muchas veces son contradictorios e incluyen en su origen elementos que nos llevan a tener avances y retrocesos.

Esta tarea de comprensión y praxis desde un nuevo entendimiento de una realidad dinámica es una tarea de todos, pero en especial de las nuevas generaciones, aquellas que hemos vivido ya una década ganada y que tenemos el enorme reto de avanzar aún más, de obtener nuestras propias victorias políticas, bajo la premisa de construir nuevos sentidos comunes, renovadas prácticas que incluyen, sobre todas las cosas, la radicalización de la participación política de los de abajo y la reinvención constante de la democracia. Aún hay agendas pendientes al interior de nuestros procesos que tenemos que desempolvar de las viejas promesas de campaña, propuestas que cayeron en el uso retórico y que perdieron fuerza al pasar del tiempo, pero que en estos momentos pueden ser nuestros resortes para mirar hacia adelante.

Debemos recuperar la política de a pie, de contacto directo y permanente con la gente, y reparar esas fisuras aprovechadas por la derecha para sembrar y reproducir la desinformación. La pasividad desde el Estado y la burocratización de los procesos ya no son una opción. Nunca lo fueron.

La separación de los dirigentes de sus bases –muchas veces justificada en la tarea administrativa diaria-, los problemas de gestión en algunos sectores, una clase media que se fortalece gracias a las políticas redistributivas de los gobiernos progresistas, pero en ausencia de una cultura política, son algunas señales que por el bien de nuestros pueblos no podemos desconocer y son elementos que requieren de una atención prioritaria en el accionar de nuestros movimientos y partidos políticos.

Sin argumentos ni propuestas, la derecha ha utilizado la violencia, el desprestigio en los medios de comunicación hegemónicos, el pánico económico y una asociación directa entre la alternabilidad y la democracia –no siempre verdadera-, para debilitar al progresismo. Todo esto es innegable, pero es innegable también que han capitalizado los errores que nos negamos a corregir.

En el caso de Bolivia, los logros son visibles a todas luces: más de 2 millones de personas han salido de la pobreza; 1.400.000 bolivianos recibieron la titulación de sus tierras; el salario mínimo aumentó de 40 a 240 dólares; fue declarado por la Unesco como país sin analfabetismo; los hidrocarburos fueron nacionalizados; el Producto Interno Bruto pasó de 9.000 a 33.000 millones entre 2005 y 2014, y las exportaciones crecieron de 2.000 a 10.000 millones. Logros que actualmente le significan a Bolivia ser el país con mayor crecimiento económico de la región, sin haber concedido un espacio de su soberanía a los intereses y presiones de grupos privados y de Washington.

Datos parecidos podríamos destacar de las políticas del Presidente Correa, del chavismo en Venezuela y de los Kirchner en Argentina. Pero algo nos hace falta para seguir obteniendo victorias electorales, y aquello no lo encontraremos en las reuniones de la dirigencia del partido o del gobierno, ni en empresas de marketing. Esta es una tarea de recomposición del tejido social en cada rincón de la Patria Grande que debemos hacer a ras de suelo, y en eso las nuevas generaciones tenemos que emplearnos a fondo, sin descanso, porque ahí es donde se encuentra la fuerza transformadora que nos llevó en un inicio al poder.

Durante cuatro años más, Evo continuará representando a cada campesino, a cada obrero, cada indígena, cada mujer, pues las luchas sociales pertenecen y permanecen siempre en manos de los pueblos. Hoy es la wiphala, el símbolo de los pueblos andinos, la que se alza en el Palacio de Gobierno. En el 2020, serán otros los que tomarán la posta, pero el proyecto revolucionario de dignidad deberá ser el mismo.