Ecuador: Segunda vuelta con trascedencia regional
Artículo para Revista Tercera Posición del Partido Justicialista de La Plata, Argentina.
El próximo 11 de abril, Ecuador enfrenta la segunda vuelta de un proceso electoral tras superar todos los obstáculos y arbitrariedades de una sistemática persecución contra quienes hemos liderado el proceso de la Revolución Ciudadana. Las fuerzas del campo popular y progresista reunidas en torno a la candidatura de Andrés Arauz, lograron alzarse con el primer lugar, alcanzando el 32,72% de los votos, seguidas por el tradicional representante de la derecha, Guillermo Lasso, con un 19,74%.
La confrontación de modelos aparece nítida. Por un lado, el joven candidato nacido en la Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa, que fue parte del proceso de transformación democrática más importante vivido por el Ecuador en su historia reciente, desempeñándose entre otras funciones al frente del Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano. Andrés Arauz tiene ahora el desafío de ampliar la base electoral del frente Unión por la Esperanza, cobijando una confluencia progresista con todas las posibilidades de crecer. Por el otro, el tradicional exponente de la derecha neoliberal y emblemático representante de la banca, Guillermo Lasso, que va por su tercer intento presidencial y que ha sido aliado del gobierno saliente.
Una singularidad de estas elecciones está dada por el hecho de que el oficialismo, cumplida su tarea restauradora de los privilegios y de revancha de las élites, urdida bajo el mantra obsesivo de la “descorreización”, que funcionó estos casi cuatro años como consenso explícito del bloque de poder, en sus últimos días reporta los peores indicadores de aprobación que cualquier oficialismo haya tenido en la historia del país y, por lo mismo, fue incapaz de presentar una candidatura propia, apostando todas sus fichas al banquero, que junto a la otra expresión de la derecha, la más tradicional representada por el Partido Social Cristiano, han cogobernado con Moreno.
Al igual que en otras sociedades latinoamericanas, Ecuador vive una polarización política cuyos contornos conviene matizar. Por un lado, como se vio en la primera vuelta, un considerable porcentaje de votos se dirigió a otras opciones, sin encajar estrictamente en el clivaje correísmo/anticorreísmo. Pero también porque hay otra polarización, menos ruidosa y más estratégica para nuestro destino como nación que es la que enfrenta a las grandes mayorías frente a una casta social y política vetusta
Sobre esta base, desde el correísmo tenemos el desafío enorme de tender puentes con otros sectores del campo popular y progresista para ratificar este 11 de abril la victoria del pasado 7 de febrero (primera vuelta) y robustecer el frente político y social de cara a la posesión y cambio de gobierno el 24 de mayo 2021 y, a lo que viene luego, cuando Andrés Arauz y Carlos Rabascall asuman como Presidente y Vicepresidente de un nuevo Gobierno nacional, popular, progresista, ¡y, latinoamericanista!
El balotaje ecuatoriano será también un capítulo decisivo de la batalla regional por la unidad, la integración y la soberanía. Estamos en pleno momento de reversión de la corriente balcanizadora y disgregadora de los esfuerzos y logros integracionistas, en un momento de cambio de tendencia que pone freno a la subordinación a agendas extrarregionales que dictó la política exterior y el Lawfare como mecanismo de aniquilamiento progresista en nuestros países durante el ciclo de la restauración conservadora. Es una inflexión tremendamente auspiciosa que nos conecta con lo mejor de nuestra historia reciente: esa época de oro en la que vivimos el gran impulso regional con el auspicio de los gigantes del bloque: Brasil y Argentina, a través de los liderazgos de Lula da Silva y Néstor Kirchner y, el papel decisivo de un conjunto de Presidentes que compartían la misma convicción latinoamericanista, como Rafael Correa, Evo Morales, Hugo Chávez, Cristina Fernández y Pepe Mujica. Aquella época de excepcional efervescencia y sintonía regional tuvo como corolario estratégico la creación y desarrollo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y el impulso a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) como hitos fundamentales. La pandemia evidencia, con dramatismo y mucho dolor, además de la necesidad de Estados fuertes y presentes en la defensa de la salud como derecho universal y no como privilegio de pocos, la importancia crucial de los mecanismos de integración para hacer frente de manera conjunta a los efectos de la crisis sanitaria y del agravamiento de la crisis económica que le subyace; para, sin ir más lejos, coordinar políticas urgentes de salud pública, como la adquisición y producción de medicamentos y vacunas.
El eje trazado por Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández, uniendo los extremos de la Patria Grande en una mirada común, señala el rumbo y abre nuevas perspectivas para el conjunto de la región. Tal como ocurrió con Argentina y Bolivia, todo indica que Ecuador va a sumarse pronto a esta segunda ola de gobiernos nacionales y populares, que tiene ante sí la obligación de frenar el deterioro de la vida de nuestros pueblos y volver a levantar un proyecto colectivo que responda a sus necesidades y esté a la altura de sus sueños. Vamos también por una segunda ola de unidad e integración entre nuestros países, que nos devuelva la dignidad y la potencia necesaria para jugar como región un papel protagónico y autónomo en el mundo que viene.
¡Que el 11 de abril celebremos una gran victoria para toda la Patria Grande y que Quito vuelva a ser la capital de Sudamérica! Como con sabiduría lo planteó el general Juan Domingo Perón, la alternativa de hierro para nuestros pueblos sigue siendo: “unidos o dominados”.