Y son apenas 10 años…



En medio de la campaña política que nos impulsa para promocionar la lista de asambleístas nacionales y provinciales de Alianza País, el cumpleaños de nuestra querida Revolución nos sorprendió entre evaluaciones estratégicas, reuniones con grupos ciudadanos, talleres, análisis legislativos y recorridos por las provincias. Pero diez años son un símbolo y, aunque los recuerdos parezcan lejanos, la comparación fluye. Visitamos un Ecuador muy distinto al de las primeras campañas, me interrogan miles de jóvenes ansiosos por cambiar lo que no les gusta, converso con mujeres y en la fuerza de sus sueños, en las metas que se proponen para el país y para sí mismas, veo el reflejo de cuánto hemos cambiado, en apenas diez años.

En este blog no pretendo enumerar las obras, ni la transformación integral que se vive en todas las provincias. Esos son enormes saltos del país que trascienden ya en la historia. Quiero referirme a cosas más sutiles, pero no menos importantes; a cambios que han forjado raíces, aunque no se perciban a simple vista. Este tiempo de grandes cambios políticos ha significado el crecimiento al doble del Producto Interno Bruto, la repotenciación de la capacidad productiva nacional y la instalación de un Estado que garantiza derechos y servicios para la sociedad, pero también y fundamentalmente ha generado cambios que se expresan en nuestras vidas.

Hasta hace muy pocos años, las distancias sociales y la miseria se consideraban normales, en medio de la riqueza infinita del país; y las preguntas de por qué la pobreza, el racismo, el discrimen, se tropezaban con respuestas -satisfechas o resignadas- de aceptación de esa realidad, que mi corazón y mi razón encontraban humanamente inaceptable. “Así ha sido siempre” era la más común, porque por generaciones el panorama social había sido inmutable, con familias sobreviviendo en los esteros y los páramos, poniendo en riesgo sus vidas, con una clase media acorralada que necesitaba pagar para tener acceso a derechos privatizados, con estadísticas que colocaban a la mitad del país en la zona de pobreza, mientras los grupos poderosos capturaban el poder para servirse a sí mismos.

El sistema neoliberal perpetuaba la pobreza y atentaba contra nuestra soberanía nacional para servir a los intereses de las transnacionales, pero además fracturaba familias y truncaba los planes de vida de millones de ecuatorianos, para salvar a los banqueros.

Durante mi adolescencia y por muchos años más, la desesperanza fue casi una marca país. Fue la sensibilidad la que me acercó a la política, con toda la fuerza de mi corazón rebelde y enamorado, con coraje, con esperanza y, sobre todo, con determinación, para cambiar una historia estancada por siglos, paso a paso, como nos enseñó Tránsito Amaguaña, sin dejar de caminar ni un solo día hacia la utopía. Y en ese caminar, con el liderazgo cierto de Rafael Correa, nos hemos juntado millones. Y el país ha cambiado. Y nosotros ya no somos los mismos.

Hace diez años, por todo el país creció la demanda vibrante de volver a tener Patria, volver a tener un país viable, un proyecto nacional, y contra todas las fuerzas económicas, contra los poderes instituidos y alimentados por el gran capital nacional y transnacional, contra todos los pronósticos, la esperanza ganó las elecciones en el Ecuador en el 2007, y todas las elecciones desde entonces, porque la historia ha tenido que ceder ante la fuerza de un pueblo unido que le dijo NO a lo humanamente inaceptable, de una vez y para siempre.

Cuando empezamos la construcción colectiva de este Ecuador distinto, todas las emergencias del país nos agobiaban. Las Metas del Milenio planteadas por las Naciones Unidas parecían muy remotas en medio de una realidad que retrataba a cientos de miles de niños en el país con desnutrición crónica, sin salud preventiva, sobreviviendo en los basurales, o mendigando a la vera de las carreteras, o rondando los centros nocturnos y con el más alto nivel de deserción escolar de toda la región. Paso a paso cumplimos esas Metas hace más de dos años, y hoy la vida de cada uno de esos niños, es la más valiosa promesa de la Patria.

Pero al inicio, los compañeros eléctricos clamaban por un futuro sin los apagones de una sola hidroeléctrica, los médicos explicaban con desesperación la falta de hospitales, los maestros describían el abandono de la educación pública, los campesinos demandaban riego y fomento productivo, todas las provincias pedían carreteras, servicios judiciales, de registro civil, de seguridad, los pescadores describían su abandono de siempre, los vulcanólogos alertaban de tragedias inminentes para las que no estábamos preparados, las Fuerzas Armadas y la Policía estaban sin eficiencia operativa, las fronteras desprotegidas, las fuentes de agua semi privatizadas, la dolarización se mantenía gracias a los migrantes que fueron expulsados por la quiebra bancaria y que eran invisibilizados en sus derechos, al igual que las mujeres, los niños y adolescentes, las personas con discapacidad, y los pueblos y nacionalidades.

Había mucho por hacer, porque por más de 40 años los neoliberales no hicieron prácticamente nada para solucionar estos problemas. Ni un solo hospital, ni un solo nuevo colegio público, ni una sola universidad, ni una hidroeléctrica, ni canales de riego siquiera. Y todo lo que se ha hecho en apenas diez años, en todos estos aspectos, nos demuestra cuánto no hicieron ellos.

Pero no se trata solamente de dinero, de obras, de servicios, se trata de vidas humanas, de generaciones que no tuvieron acceso a oportunidades, trabajadores que eran tercerizados, empleadas domésticas que eran tratadas como semi esclavas, estudiantes brillantes que debían abandonar el colegio por falta de recursos, jubilados que no podían tener acceso a ingresos básicos, niños que desde que nacían estaban marcados por un destino fatal. Todo eso ha cambiado y sigue cambiando. En donde se mire, hay enormes progresos humanos y ya lo inaceptable no se acepta nomás.

La Patria ha recuperado todas sus soberanías y por primera vez tenemos cerradas todas nuestras fronteras, con acuerdos de paz y desarrollo.

Hoy el Ecuador se mira distinto, en un espejo diferente, ya no somos el país de referencia para la pobreza extrema, ya no somos esa banana republic, hoy Ecuador ha desplegado su presencia internacional como nunca antes. Hace pocos días asumimos la Presidencia del más importante grupo de países de las Naciones Unidas, somos sede permanente de UNASUR, tuvimos la Presidencia de la CELAC y la Vicepresidencia del PARLATINO, fuimos sede de Hábitat III, el más importante foro mundial de hábitat y vivienda y, en todas las altas esferas de la política y la academia, se estudia el caso de Ecuador como un referente en la lucha contra la pobreza y la recuperación del Estado.

Es mucho lo que hemos caminado en estos años. Hemos afrontado estos grandes retos y presentado batalla a los poderes hegemónicos, como un pueblo unido que tiene fe en su futuro, porque somos millones de manos las que construimos esta revolución en democracia y todos somos parte de esta década de transformación social. Por supuesto que tenemos algunos problemas, y también es cierto que hemos sido traicionados por unos pocos, a quienes vamos a confrontar y fiscalizar, pero sin caer en el ataque a lo público, a la inversión pública, a la obra pública, como espera la derecha para justificar su inacción.

Como país, ahora sabemos que ellos tuvieron 40 años de no hacer nada y sabemos también lo que sí se puede hacer en apenas una década. No podemos olvidarlo.

Para el futuro nos aguardan retos todavía más grandes, muchos desconocidos, porque cumplir derechos es apenas el comienzo, y aunque todavía tenemos metas que alcanzar en vivienda, en aseguramiento universal, en derechos de los jóvenes, de las mujeres, de los artesanos, de los emprendedores, ya debemos prepararnos para atender a las próximas generaciones, que reclamarán avances sociales ya no de eliminación de la pobreza y justicia social, sino de creación colectiva de nuevos futuros.

La Revolución Ciudadana cumple años y todos nosotros con ella. Por un momento, entre la campaña y su agenda vertiginosa, nos abrazamos y lloramos. Y luego, de regreso al trabajo, para asegurar la siembra de estos años y presentarle a la ciudadanía nuestro Plan de Gobierno, nuestro Plan Legislativo, para que los próximos cuatro años signifiquen catorce años de logros que parecían imposibles.