No podemos claudicar, porque nos asiste la verdad
Ninguna transnacional de la información nos puede ordenar lo que tenemos que hacer.
Sesión del Pleno de la Asamblea Nacional (más…)
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Expresidenta de la Asambleísta Nacional del Ecuador (2013-2017) y exasambleísta de la Bancada de la Revolución Ciudadana (2017-2021). Comprometida con la causa de las mujeres, las mayorías populares y la Patria Grande.
Dirigente y militante de la Revolución Ciudadana. En 2013, a los 29 años, se convirtió en la primera mujer y la persona más joven en ejercer la presidencia de la Asamblea Nacional del Ecuador, cargo para el que resultó reelecta en 2015, cumpliendo, de este modo, dos periodos consecutivos al frente de la Función Legislativa. Por más de 18 años ha estado al servicio del pueblo ecuatoriano en distintos cargos de elección popular: como concejala y vicealcaldesa de su cantón, Otavalo, y como viceprefecta y gobernadora de la provincia de Imbabura.
El lunes 6 de octubre pasado fue un día cargado de emociones. En la Asamblea Nacional, cumplimos con la obligación moral de reconocer a nuestras hermanas y hermanos que han actuado con heroísmo, anteponiendo la vida de sus semejantes a la suya propia, y regalándonos un testimonio de solidaridad que constituye nuestro mayor riqueza como pueblo.
Culminamos felizmente con un proceso de evaluación y veeduría ciudadana que dio cumplimiento a la Ley de Reconocimiento de Héroes y Heroínas Nacionales, haciendo engrega de los diplomas de reconocimiento a 145 nuevos héroes y heroínas de la Patria.
Ellas y ellos son personajes que admiramos y son una llama encendida que nos da calor, nos cobija y nos ilumina; nos da esperanza y nos impulsa a creer en nosotros mismos. No son seres sobrenaturales, no son seres sobrehumanos, sino profunda y extremadamente humanos, personas que expresan lo más elevado de nuestra condición y que nos impulsan a ser mejores, a ser más solidarios, a dar lo mejor de cada una y de cada uno de nosotros.
Al reconocerlas, al destacarlas, más que premiar a estas personas, a estos seres humanos cuya conducta y cuyo valor estimamos dignos de ser imitados, nos estamos premiando, de alguna manera, a nosotros mismos como comunidad, como sociedad, con un tesoro inestimable que debemos custodiar, sembrar y cultivar.
Al reconocer a estos hombres y mujeres, somos más comunidad y mejor sociedad. Ellas y ellos encarnan valores que nos ayudan a cultivar sentidos de vida, a recrear los lazos que nos unen y a reconocernos más hermanos en la construcción de un destino colectivo de justicia y dignidad.
Allí estaban Yimabel Párraga, la niña de 11 años que salvó a su hermana de morir en un incendio; el hijo de Froilán Jiménez, Gabriel, de 6 años, en representación de su padre fallecido en la trágica jornada del 30 de septiembre del 2010; y nuestros hermanos arutam, ex combatientes de la Gerra del Cenepa.
Al fin, una ley les reconoce beneficios como una pensión mensual equivalente a dos remuneraciones básicas, vivienda acorde a las necesidades del grupo familiar, así como becas educativas, entre otros.
A sus madres y padres, hijas e hijos, hermanas y hermanos, a ellos y a todos sus seres queridos, a nuestros héroes y heroínas que ya no están con nosotros pero perduran en sus obras, a ellos y a ellas vaya nuestra gratitud y nuestro más sentido reconocimiento.
Quisiera compartir unas líneas con ustedes, a propósito de un acto muy significativo del que tuve el honor de participar. Junto a Ernesto Samper, secretario general de Unasur, y Alicia Kirchner, hermana del expresidente argentino y actual ministra de Desarrollo Social de su país, develamos, el pasado 2 de octubre, el busto de Néstor Kirchner en la plaza Argentina de Quito.
Acompañados por una nutrida concurrencia, junto a representantes del cuerpo diplomático, dirigentes políticos, niñas y niños de escuela y público en general, recordamos su papel en la historia reciente de la Patria Grande y su legado.
Portador de ideales latinoamericanistas desde su juventud, formado políticamente en aquellos años ’70 de efervescencia juvenil en el peronismo, en un nacionalismo popular que unía al sueño bolivariano y sanmartiniano de la Patria Grande el sueño de la justicia social, Néstor Kirchner encontró en el comienzo de este siglo un tiempo histórico en el que resonaban los ecos de antiguas batallas; un tiempo histórico vibrante en el que, al igual que esos años agitados que había vivido de muy joven, se condensaban viejas aspiraciones y demandas populares.
Esos años iniciales, setentistas, de militancia juvenil fueron sepultados dramáticamente con el golpe militar de 1976 que instauró, con la complicidad civil, particularmente de los medios de comunicación dominantes, un terror que fue instrumento de la hegemonía neoliberal. Gran parte de las compañeras y compañeros de Néstor fueron desaparecidos, torturados, perseguidos o tuvieron que marchar al exilio.
Cuando la Argentina fue conducida por sus élites neoliberales al abismo de la peor crisis de su historia, apenas iniciado el nuevo siglo, el establishment político y económico comenzó a barajar nombres de potenciales “administradores” de la crisis y de la salida de la crisis. El desprestigio de la clase política era tan enorme que la tarea no resultaba fácil.
Sus expectativas fracasaron. Las élites no lograron imponer un “gerente” de la crisis y, en su lugar, tuvieron que vérselas ante un político audaz, decidido a enfrentarse a las corporaciones y a los poderes económicos; ante un hombre dispuesto a recuperar el rol de la política y de la acción colectiva en la definición del rumbo de la sociedad.
El hombre que asume la presidencia de ese país diezmado, hambreado, con millones de personas excluídas, es un hombre decidido a reivindidar a la política frente a las corporaciones como la instancia decisiva donde se juegan democráticamente los intereses colectivos de una sociedad. En ese punto de clivaje, se encontraron el hombre y la historia.
Kirchner creía firmemente en la política, en la capacidad de definir nuestros destinos como pueblos y como naciones por medio de la acción política. Como su primer secretario general, le imprimió a Unasur un dinamismo particular.
Las ecuatorianas y ecuatorianos lo recordamos con pro
funda gratitud y cariño por su papel decisivo en el respaldo regional a nuestra democracia con ocasión del 30-S, cuando demostró, una vez más, su condición de arquitecto de la Patria Grande.
Casi un mes después de esa invervención, Néstor moría en su querida Patagonia austral, dejándonos prematuramente. Vaya nuestro reconocimiento a quien, con su determinación característica, activó todo el respaldo de la Unasur a las instituciones democráticas ecuatorianas. ¡Nigún interés por encima del voto popular! ¡Una integración verdaderamente democrática, de los pueblos! Ese es su legado, el legado que tenemos que continuar y cultivar.
Noticia 3
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