CULTURA Y REVOLUCIÓN EN LA ASAMBLEA



Hace unos días celebramos en la Asamblea Nacional el recital “Una sola Patria”, en el que contamos con la presencia de la cantante argentina Lucrecia Longarini, acompañada de la guitarra de nuestro querido amigo Roberto Navarrete y del acordeón de Gabriel Tito Cuellas.

En el salón José Mejía Lequerica, antes el Senado de la República, entonamos canciones como “Alfonsina y el mar”, “Zamba para no morir”, “Razón de vivir” y “Todas las voces todas”, entre otras. Fue sin duda una tarde emotiva que pudimos compartir con funcionarios, trabajadores y familias que se dieron cita para disfrutar conjuntamente del evento.

Para mí fue un acto muy especial, ya que inicié hace algunos años mi participación como activista política para que la cultura tuviera un espacio preponderante en la vida de las y los ecuatorianos, para que fuese considerada como central en la vida pública y hoy es una reivindicación que se está haciendo realidad.

No solamente eso, sino que estamos recuperando revolucionariamente espacios que antes únicamente eran útiles para los intereses de la oligarquía. ¿Quién hubiese imaginado que un lugar como el ex Senado pudiese ser intervenido de la manera como lo hemos hecho?

Hemos abierto la Asamblea al arte y a la cultura porque creemos en la cultura como una herramienta política y en la política como una herramienta para fomentar la cultura. Solo de este modo puede haber procesos revolucionarios, cuando estas actividades humanas y transformadoras están íntimamente relacionadas. No habría cultura sin revolución ni revolución sin cultura: “Una revolución es el hecho cultural por excelencia de un pueblo”, afirmó alguna vez Frantz Fanon.

En la Asamblea reconocemos que la cultura es liberadora, alimenta el espíritu y lo dota de lo mejor que tenemos, que es la pasión, la imaginación, el amor y la belleza; por eso la cultura es parte sustancial de las transformaciones sociales, porque les da sentido histórico y lúdico, es decir, sentido humano. Con el arte y la cultura podemos romper esquemas, quebrar paradigmas, reinventar mundos, destapar la rebeldía que nos permite seguir comprometidas y comprometidos con nuestras utopías.

Estamos llevando a cabo este tipo de iniciativas porque sabemos que la revolución es generadora de nuevos espacios, de nuevas estéticas, de nuevos símbolos, ritmos e historias que se convierten en literatura, en poesía, en música. ¡Cuánto arte nos dio la Revolución sandinista, cuánta cultura nos dio la revolución socialista de Allende, cuánto nos ha dado la Revolución Cubana y esta Revolución bolivariana que camina por todo el continente!

Es a través del arte y la cultura, en específico de la música, que nos hemos permitido durante décadas hermanar nuestras luchas por toda América Latina, recordar nuestra historia compartida y consolidar una identidad como pueblo de Nuestra América, como le llamó José Martí.

¿Cuántos de nosotros no hemos entonado canciones de protesta y hermandad con nuestras compañeras y compañeros de lucha en todo el continente? ¿Cuántos no hemos cantado “un son revolucionario, pie con pie, mano con mano, corazón a corazón, con nuestros hermanos”, como dice la canción de Víctor Jara? ¿Qué sería de la unidad latinoamericana, que sería de estos procesos sin esos himnos, sin esas canciones que, como dijera Mercedes Sosa, han sellado nuestras vidas?

Es difícil imaginar todos estos años sin la creatividad de las y los revolucionarios que han recorrido el continente. Esta Revolución Ciudadana sería impensable sin ellos. La actual Asamblea Nacional es deudora de este acumulado histórico y es por ello que estamos abriendo nuestras puertas al arte y al pensamiento sin dudarlo. En este espíritu seguiremos actuando los próximos meses, porque estamos convencidos, como Fidel, que “una revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas”.