Discurso del 24 de mayo de 2016 – Informe a la Nación del presidente Rafael Correa
Bienvenidos Señor Presidente y Señor Vicepresidente, bienvenidos a esta Casa del Pueblo y de la Democracia que es la casa de todas y todos los ecuatorianos. Un saludo cariñoso a los presentes en este recinto, a quienes nos acompañan desde las diferentes provincias del Ecuador y a nuestros migrantes que construyen Patria desde algún rincón del mundo. Y qué alegría contar hoy con la presencia de nuestro compañero Lenin Moreno, enviado especial de las Naciones Unidas.
“No hay que abatirse por nada, aunque el mundo se venga abajo, el hombre debe permanecer impasible y ser siempre superior a su propia desgracia”. Qué palabras tan sabias las de nuestro héroe manabita, el gran ecuatoriano Eloy Alfaro.
Y qué palabras tan vigentes, luego del devastador terremoto que nos azotó el 16 de abril pasado, un acontecimiento doloroso que puso en evidencia un nuevo sentir de la Patria. Porque aunque nos desgarró un lado de nuestro corazón, nos fortaleció el otro. Y nos permitió poner en marcha un tejido social vivo y palpitante, que se expresa en la voluntad, la solidaridad y el compromiso de todos los ecuatorianos, de las organizaciones sociales, de la empresa privada y las instituciones públicas; una sola voluntad que unió al Estado y la sociedad para afrontar la tragedia con resiliencia, prontitud, coraje y amor.
Hace pocos días, esta Asamblea entregó un merecido reconocimiento a los rescatistas, a los cuerpos de bomberos de todo el país, a la Policía Nacional y a las FFAA, así como a las manos generosas de varios países que nos apoyaron y nos siguen apoyando en estos tiempos difíciles. Es en circunstancias como ésta, cuando se conoce a los verdaderos amigos. Más que una condecoración, fue un abrazo infinito de gratitud eterna de todo el pueblo ecuatoriano que nunca más estará solo; porque el Ecuador somos todos y lo que le pasa al más humilde de los ecuatorianos, nos compete a todos.
¡Por ello, queridos compatriotas, prohibido cansarnos, prohibido ser indiferentes! La indiferencia, la indolencia son puñaladas en el costado abierto del corazón de nuestro pueblo. Somos un pueblo invencible y unido. ¡Que a nadie se le ocurra siquiera arrebatarnos esta elevada condición humana que juntos hemos alcanzado!
Al dar inicio a este acto, ratificamos el compromiso de esta Asamblea y del Estado en su conjunto con Manabí, cuna de identidad milenaria; con Esmeraldas, cuna de nuestra afroecuatorianidad, y con esperanza y con certeza les decimos que ¡vamos a levantarnos juntos otra vez! ¡Que así como es nuestro su dolor, también su esperanza es la esperanza de todos los ecuatorianos!
En esta fecha histórica conmemoramos un aniversario más de la Batalla del Pichincha que marcó el fin del colonialismo. Esa lucha que en 1822 fue una revolución por la libertad y contra el despotismo, continúa hoy en la batalla por hacer realidad la utopía de la sociedad del Buen Vivir, que signifique el fin de la extrema polarización económica, donde todos los niños sin discriminación alguna tengan libre acceso a la educación de calidad y gratuita, a una alimentación saludable, a una vivienda digna, al disfrute pleno del arte y el deporte, a soñar en una libertad llena de esos contenidos. Un país definitivamente sacudido del yugo del neocolonialismo y del neoliberalismo, sin vendas en los ojos.
En el pasado, con un solo discurso, una vez al año, los presidentes rendían cuentas al país, en este mismo recinto. A algunos les molesta que nuestro presidente, además de este día, lo haga cada sábado, recorriendo todo el territorio de la Patria para hablar con su gente. A eso le temen, a un pueblo que se informa de las tareas de gobierno y a un mandatario que por primera vez en la historia, cada semana le rinde cuentas al pueblo que es el mandante. A eso le temen, a un gobierno que se atrevió a romper el cerco mediático con el que los poderes fácticos pretenden, en todas partes, ahogar a los procesos populares de cambio.
Tenemos la visión de un Estado cuyas funciones ya no andan divorciadas entre sí y todas divorciadas de su pueblo. Hemos pasado del desgobierno donde las autonomías significaban la disputa permanente del poder por el poder, a caminar articuladamente hacia los horizontes señalados por nuestra Constitución, que son los horizontes mismos del desarrollo de nuestro pueblo.
¿Recuerdan cómo hace algunos años presidente, vicepresidente y presidente del Congreso competían por el poder? ¡Cómo ha cambiado mi país! ¡Qué imagen tan potente y qué mejor muestra de unidad, ver aquí, como al inicio de este camino, junto a Rafael Correa, a Jorge Glas, a Lenin Moreno y a todos los compañeros que seguimos siendo leales a un mismo proyecto político que ha cambiado y seguirá cambiando la vida de millones de seres humanos.
Los cambios vividos en nuestra patria, también se manifiestan en esta Asamblea Nacional. Aquí, en este recinto, la diversidad y la inclusión ya no son un discurso, son evidencias históricas indiscutibles. Ahora, la juventud, las mujeres y las nacionalidades eternamente marginadas somos protagonistas de nuestro destino.
Cuando llegamos a este espacio hace tres años, en los primeros pasos en esta sala, ¿cómo no sentir la magia del maestro Guayasamín? Gracias a él nos acompañan esas gigantes que han sido las guías de nuestro camino: Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña y las tres Manuelas, heroínas revolucionarias, inclaudicables en su compromiso de transformar la patria, guerrilleras de la ternura, de la lucha y de la esperanza tras de cuyas huellas hemos caminado, haciendo de sus luchas, las nuestras.
Y en la entrada de este Pleno también nos acompaña la antorcha libertaria y el rostro señero de Nela Martínez, que nos recuerda que “el respeto a la Patria es el respeto a su independencia y soberanía plenas” y cuyo ejemplo es el silabario de amor a la patria y al pueblo que jamás dejamos de enarbolar.
Recordar el pensamiento de estas mujeres así como el de tantos hombres que nos inspiran, es un ejercicio indispensable para mantener viva la memoria. La memoria no es para anclarnos al pasado, la memoria vive y es el alimento de un pueblo que quiere construir su futuro sobre bases sólidas.
¡Memoria! Para no olvidar nunca que a finales del siglo XX, la especulación financiera generada por banqueros inescrupulosos, en contubernio con los gobiernos de turno, provocó una crisis nacional tan profunda, que ocasionó un desmembramiento familiar sin precedentes, y una pérdida de identidad similar a la que se tiene luego de una guerra.
Esta página de la historia jamás debemos olvidar… Si no queremos que se repita, hay que contarla y volverla a contar a nuestros hijos, para que las futuras generaciones no vuelvan a tropezar con la misma piedra. La memoria nos blinda de cometer los mismos errores.
Así recibimos la patria, desolada, sin esperanza, sin fe. En esas condiciones, la ruptura con el pasado era impostergable. Si queríamos sobrevivir como República, había que ir a una Asamblea Constituyente que diera vuelta la página para enterrar ese pasado y construir un nuevo proyecto de patria digna, que nos llenara de orgullo.
¡Y lo hicimos! ¡El pueblo se levantó de las cenizas y escribió una nueva Constitución que refundó la institucionalidad y la esperanza!
Con esa nueva Carta Magna, promulgada nada menos que en Montecristi, fundamos un nuevo tiempo: el de la paz y el de una verdadera democracia. Y, con las armas del amor y la solidaridad, luchamos por la vida y por los derechos, punto de partida y de llegada de cada una de nuestras acciones.
Como decía el gran José Martí, “la única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor. El patriotismo no es más que amor, la amistad no es más que amor”… Es por eso que donde vamos decimos que esta es la Revolución del amor como categoría política y como su fin más alto. Y es en nombre del amor precisamente, que no tenemos tiempo que perder.
Por eso, en menos de una década, hemos saldado deudas sociales de siglos. Como si fuese una maldición, ¡decenas de generaciones de ecuatorianos y ecuatorianas vieron transcurrir sus vidas en un escenario de frustración; estigmatizados por la pobreza, la discriminación, el sufrimiento, la marginalidad, la enajenación cultural… la desesperanza.
La mayoría de nosotros nació en aquel país de contrastes grotescos. Ciudades y pueblos donde no había hospitales, ni centros de salud. Y donde los había eran lugares de hacinamiento, en decadencia, donde apenas un rótulo colgaba del umbral de la puerta como insignia de nuestro subdesarrollo institucional, de un Estado que concebía lo público como lo periférico… de un Estado al que a propósito desvalorizaron con el soterrado afán de privatizarlo todo.
Los cambios a los que esta revolución apunta son los esencialmente humanos; como la erradicación sistemática de la mendicidad infantil para que ya no existan nunca más niños mendigando al borde de las cunetas de las carreteras, jugándose la vida por un mendrugo de pan, cuando su lugar debe ser el pupitre de un aula digna, de una escuela digna.
Esos son los cambios profundos de la patria por los que esta Asamblea ha trabajado con la urgencia que reclama el mandato de nuestro pueblo. Hoy somos un Ecuador distinto, nuestro emblema ha sido una acción legislativa profundamente ligada a la Constitución, respetuosa de la diversidad de pensamiento pero jamás rendida a la lógica del show mediático.
El mandato del pueblo fue avanzar rápidamente en cambios profundos. Los asambleístas de mayoría hemos consolidado esta Revolución en democracia, aprobando leyes para la justicia, la equidad, la libertad y la garantía y ampliación de derechos. A esos asambleístas que han demostrado estos años su lealtad y compromiso, gracias. ¡Gracias compañeros!
En este período hemos aprobado 47 leyes para dar vida y fuerza a los postulados de Montecristi. Quince leyes por año, lo que demuestra que esta es una Asamblea comprometida con lo que el pueblo le dispuso en las urnas. Sin embargo, no se trata de la cantidad de leyes que se aprueban, sino de la calidad de sus contenidos y de qué modo contribuyen a cambiar la vida de la gente.
El Código Penal, el Código Financiero, las leyes de incentivo productivo, las leyes de protección laboral y de reconocimiento a las mujeres trabajadoras no remuneradas del hogar, la ley de aguas, de tierras, la ley de consejos de igualdad, no hubieran sido posibles sin una mayoría en esta legislatura que garantice derechos sociales; que fortalezca la economía y la producción nacional; que genere seguridad y justicia; que dote de calidad a la educación superior de acuerdo a los avances de la ciencia y la tecnología; que le vuelva más intercultural y democrática a la cultura, que garantice la información y fomente una auténtica libertad de expresión; para alcanzar ese Estado Constitucional de Derechos y de Justicia que proclamamos hace apenas 9 años.
En los últimos meses, nuestro mayor esfuerzo ha estado encaminado a sostener los derechos sociales conquistados, buscando alternativas viables para defender los proyectos de vida de esta generación de la esperanza.
Hay que ser consecuentes si se dice amar al país, pero resulta que mientras el país entero está haciendo un esfuerzo, hombro a hombro, para salir adelante, algunos personajes conocidos, le dan la espalda al país, con empresas y bancos en paraísos fiscales, con figuras que permiten la evasión y la elusión de sus responsabilidades tributarias.
El asunto no es la legalidad o no de estos actos fraudulentos, sino su legitimidad. Por eso hago mía la exhortación de Pepe Mujica cuando dice que a los que buscan hacer dinero de manera deshonesta, mejor procuremos mantenerlos bien lejos de la política. “Porque la política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor”.
Quienes compartimos esta concepción, debemos ser profundamente autocríticos.
Porque la corrupción no es un tema de moral individual solamente. Su gravedad no radica simplemente en el hecho de hacer uso de un cargo público para sacar provecho personal de él. Lo grave es que, detrás de cada funcionario corrupto se esconde un interés privado que lo trasciende, detrás de cada funcionario corrupto hay una política que es contraria al bien común y que erosiona la legitimidad y las capacidades de un proyecto político revolucionario.
Hay que estar cada vez más atentos ante esos caballos de Troya. ¡Jamás podríamos sentirnos cercanos a personas que hablan de la Revolución, pero registran o protegen sus inversiones o patrimonios en paraísos fiscales!
La construcción de este proceso no ha sido nada fácil. ¿Que nos hemos equivocado? Seguro que sí, pero es preferible equivocarse cuando todos los días te levantas con una misma convicción, con nuevas ideas, con pasión por hacer… que por miedo a equivocarse, terminar no haciendo nada. Pensar que un proyecto político puede ser perfecto, sería absurdo.
Por eso, reitero, debemos ser radical y permanentemente autocríticos. A veces, lamentablemente, cuando nos abrimos a alianzas sin el debido análisis, lo único que avanza es el oportunismo. Pero también en nuestras propias filas debemos combatir ese oportunismo, esa mirada ventajista por la que algunos dirigentes se han sumado a nuestro movimiento, sin la lealtad, sin las convicciones ni el compromiso que se requiere.
¡Aquí no valen vanidades ni individualismos! ¡Aquí lo que vale, lo que necesitamos como país, lo que necesita Manabí, Esmeraldas, es el esfuerzo colectivo! Propongo que nos apropiemos de esa máxima de Juan Montalvo que decía: “Hagamos una guerra de virtudes, procurando cada cual superar al enemigo en honradez”.
En el último tiempo, esta Asamblea ha tratado y aprobado leyes para responder a acontecimientos imponderables que implican un tratamiento además de rápido, altamente responsable y consecuente con el momento que vive el país.
La Ley de Ordenamiento Territorial, Uso y Gestión del Suelo es una normativa que consagra el principio de la autonomía sobre las competencias de cada nivel de gobierno. Esta ley nos recuerda que no basta con tener asignadas distintas competencias, sino que hay que ejercerlas, ¡pero ejercerlas bien! En el Ecuador de hoy, no hay alcaldes con corona, no hay alcaldes de primera o de segunda, no puede haber alcaldes que se crean que por gritar más están por encima de la ley o de la Constitución.
Un llamado a los alcaldes a conocer bien esta norma, ya que los últimos acontecimientos nos han dado una lección que no podemos soslayar: ¡Hay que terminar con la informalidad en las construcciones y con la impunidad de quienes incumplen las normativas técnicas para ellas!
Esta es la gran oportunidad para que sociedad y Estado nos unamos más y generemos una cohesión social indestructible, siempre con la visión de que los costos y ajustes de estos procesos no deben, ni violentar principios, peor suprimir derechos; sino por el contrario, garantizarlos a largo plazo.
El dolor ha sido grande y no caben reproches que pueden ser mal interpretados. Sin embargo, creo que los asambleístas que se ausentaron o no votaron la ley de Solidaridad y Corresponsabilidad Ciudadana, que más que un cuerpo legal, es un emblema de solidaridad para contribuir a la reparación de los daños que dejó el terremoto, le deben una explicación al país, a la historia y a las generaciones futuras de por qué no lo hicieron, de por qué no apoyaron a nuestros hermanos que lo perdieron todo.
No fueron dos provincias únicamente las golpeadas, fue todo nuestro hogar, y por ello debemos sostener la esperanza con un solo canto de valor y desprendimiento, y con medidas que para nada afectan a las familias de menores ingresos, pero si son instrumentos para la reconstrucción de la patria.
Nos une la ética de la solidaridad, la acción colectiva y la acción pública, como respuesta organizada de todo el pueblo. ¡La nueva Patria se levanta con más fe que nunca, con más fuerza que antes!
El mundo vive una crisis civilizatoria sin precedentes: un modelo de desarrollo signado por un consumismo desenfrenado que hace peligrar lo que el Papa Francisco llama nuestra casa común, la vida sobre el planeta; un modelo que nos condena a la indiferencia, a la deshumanización a través de la guerra, el terrorismo, el narcotráfico, la trata de personas, la apatridia; un mundo enajenado por la voracidad del capital.
Este es el mundo que hoy vivimos, pero NO es el mundo en el que queremos vivir, NO es el mundo que queremos heredarles a nuestros hijos. Y aquí está la razón y el corazón de la nueva generación política: cultivar principios y valores que nos conduzcan a otro mundo posible.
Hace poco más de diez años, esa construcción inició desde nuestros países y nuestros pueblos, con el gran despertar del Sur que significó la esperanza de un mundo nuevo, de un mundo donde quepan todos los mundos. Hemos sido y queremos seguir siendo protagonistas de una historia en la que recobramos la dignidad.
Hoy los grandes frutos de la unidad regional en los que tantos esfuerzos hemos invertido, están siendo negados por los históricos detractores de la integración, sostenidos y financiados por intereses ajenos a nuestros pueblos.
Desde el Ecuador, ya habíamos advertido de la restauración conservadora en marcha: un mismo formato que atenta a la vez contra las democracias y la unidad de la Patria Grande. Y, como ocurría antes en nuestro país, hace de los parlamentos escenarios de intriga y componenda para sacar y poner presidentes.
Por eso, desde el corazón del continente, como Presidenta de esta Asamblea y también como Presidenta del Parlamento Latinoamericano y Caribeño, quiero expresar no solamente mi preocupación, sino mi abierto rechazo y el de millones de latinoamericanos, a los procedimientos irregulares e ilegítimos que desde algunos parlamentos han puesto en vilo la democracia de países hermanos de la región. En el siglo XXI el poder se ha de ganar en la urnas, no en los rincones obscuros de la conspiración y el golpismo que huele a la década de los ’70.
Que quede bien claro: los Parlamentos debemos ser garantes de la democracia, y de la voluntad popular.
Ante esa restauración conservadora, hoy más que nunca debemos afirmar y fortalecer los espacios de integración regional e impulsar los proyectos estratégicos pendientes que nos permitirán romper los eslabones de la dependencia financiera y proteger los recursos de nuestros países y de nuestros pueblos.
En el último tiempo, el proyecto de unidad continental viene sufriendo duros golpes. Hemos perdido batallas importantes, pero la semilla de una Patria Grande: justa, libre y soberana sigue viva en el corazón de los pueblos y, sobre todo, de los jóvenes.
Quien crea que estamos dispuestos a ceder, quien crea que estamos dispuestos a renunciar a este horizonte estratégico que para nosotros es la integración, está completamente equivocado. Pues aquí seguimos, de pie, firmes, leales y consecuentes, en el rumbo que nos marca nuestra historia.
Me permito aquí huir un poco del protocolo como Presidenta de la Asamblea, para decirte gracias compañero Presidente, gracias por estos años de victorias como nación.
Hace 9 años, como vicealcaldesa de mi ciudad, Otavalo, tuve la oportunidad de recibir en su primera visita oficial al nuevo Presidente de la República. Ese día, una vez cumplida la agenda de la mañana, me pidió ir a un sitio tradicional. Su pedido causó desconcierto en la seguridad y en protocolo, que ya tenían previsto el almuerzo en un hotel de la ciudad. Cuando llegamos a probar el plato típico del Yamor, antes de sentarse a la mesa, rompió nuevamente el protocolo y entró a la cocina. Todos quienes estaban ahí, haciendo las tortillas, repujando las empanadas y preparando la chicha, se sorprendieron de su presencia: no podían creer que el Presidente de la República estuviera allí y, con la harina todavía en sus manos, recibieron su abrazo fraterno y lleno de esperanza. Así fue la primera vez que lo conocí, entregando su cariño a la gente y cómo me alegra, que 9 años después no solo siga siendo el mismo ser humano, sino que ahora sea también esos millones que dejaron la pobreza atrás, los miles de jóvenes que ahora estudian en las mejores universidades del mundo, y que seamos parte de una sociedad que se siente orgullosa de decir “¡soy ecuatoriano!”. Por eso es que no vamos a retroceder ni un solo milímetro de lo que usted nos pidió hace diez años: “hacer de esta patria una Patria Altiva y Soberana”, con un Estado fuerte, garante de derechos como la salud y la educación gratuita, que responda a los intereses de los de abajo, sin doblar nuestras rodillas al capital.
En todo este tiempo que hemos caminado juntos, compañero Presidente, hemos cultivado una lealtad inquebrantable, que va mucho más allá de lo personal, porque que es la lealtad a un proyecto histórico y a su conducción estratégica. Tenga la seguridad de que así seguirá siendo. Por que no solamente estamos nosotros, también están nuestras familias que nos empujan hacia adelante, para mí, mi motor fundamental, mi esposo Luis y mis dos hijos Paulo y Martín que me cuidan, me miman también, y me acompañan en este camino con tanta pasión, paciencia y ternura, por eso…
Aquí estamos, y seguiremos estando los que sabemos que todavía faltan muchas cosas por hacer y por construir. Y lo haremos siempre de la mano del pueblo, porque creemos que la mejor manera de sostener la trascendencia de este proceso de cambio es a través del fortalecimiento del tejido social y la construcción de poder popular. Porque construir poder popular es construir futuro.
Queridas y queridos jóvenes, ciudadanos todos: poder popular es para nosotros y para la historia, la razón más profunda de nuestra revolución. Y ello nos obliga a pensar en un horizonte NO de años, sino de décadas, sumando las sabidurías y las experiencias, los saberes y los aprendizajes. Pero sobre todo: Poder Popular no es solo una consigna, es trabajo, organización, institucionalidad democrática, conciencia, ética política y, sobre todo, un profundo e irrenunciable amor a la Patria.
Bienvenido, Señor Presidente Constitucional de la República, a esta casa, para presentar su Informe a la Nación.