Intervención en el acto de develamiento del busto de Néstor Kirchner
Queridas compañeras y compañeros,
Néstor Kirchner fue un personaje clave, decisivo, de este proceso de unidad latinoamericana que venimos transitando hace más de una década. ¡Fue un personaje decisivo y sorpresivo! Su manera de irrumpir en el escenario político nacional de su país y su forma de intervenir en la escena regional fueron notablemente singulares, novedosas.
Portador de ideales latinoamericanistas desde su juventud, formado políticamente en aquellos años ’70 de efervescencia juvenil en el peronismo, en un nacionalismo popular que unía al sueño bolivariano y sanmartiniano de la Patria Grande el sueño de la justicia social, Néstor Kirchner encontró en el comienzo de este siglo un tiempo histórico en el que resonaban los ecos de antiguas batallas; un tiempo histórico vibrante en el que, al igual que esos años agitados que había vivido de muy joven, se condensaban viejas aspiraciones y demandas populares.
Esos años iniciales, setentistas, de militancia juvenil fueron sepultados dramáticamente con el golpe militar de 1976; ese golpe que los argentinos hacen bien en caracterizar como “cívico-militar”, pues detrás de los ejecutores del mismo y de sus caras más visibles estaban, como siempre sucede, los intereses económicos y políticos que, a partir de entonces y con la complicidad de los grandes medios de comunicación, se hicieron dueños del Estado.
Luego vendrían décadas de un modelo neoliberal que se impuso en toda la región, muchas veces, como en Argentina, a sangre y fuego. Un modelo de concentración de la riqueza, profundamente antidemocrático, radicalmente destructor del aparato productivo y el tejido social, violentamente articulado a los intereses del capital transnacional y de las potencias imperialistas. Un modelo que buscó destruir la organización popular y hacer olvidar las expectativas gestadas a lo largo de años de luchas y procesos populares.
Durante esos años oscuros, gran parte de las compañeras y compañeros de Néstor fueron desaparecidos, torturados, perseguidos o tuvieron que marchar al exilio; fueron borrados o tuvieron que borrarse de la escena pública para, en el mejor de los casos, pasar a vivir en las sombras.
Cuando el fanatismo neoliberal de unas elites antisociales condujo a la Argentina al abismo de la peor crisis de su historia, apenas iniciado el nuevo siglo, el establishment político y económico comenzó a barajar nombres de potenciales “administradores” de la crisis y de la salida de la crisis. El desprestigio de la clase política era tan enorme que la tarea no resultaba fácil.
Sus expectativas fracasaron. Las élites no lograron imponer un gerente de la crisis y, en su lugar, tuvieron que vérselas ante un político audaz, decidido a enfrentarse a las corporaciones y a los poderes económicos; ante un hombre dispuesto a recuperar el rol de la política y de la acción colectiva en la definición del rumbo de la sociedad. En suma, el hombre que asume la presidencia de ese país diezmado, hambreado, con millones de personas excluídas, es un hombre decidido a reivindidar a la política frente a las corporaciones como la instancia decisiva donde se juegan democráticamente los intereses colectivos de una sociedad.
En ese punto clave, sobre ese filo, se encontraron el hombre y la historia. Proveniente de una provincia del extremo sur patagónico, poco conocido en el resto del país, Néstor Kircher se convirtió sorpresivamente en presidente de la Argentina, con apenas un 22% de los votos debido a que el expresidente emblema de la torsión neoliberal del peronismo, Carlos Menem, decide retirarse del balotaje, convencido por sus asesores de que le aguardaba una derrota segura.
Como decía el mismo Néstor, llega al poder con un porcentaje de votos menor que el porcentaje de desocupados en ese momento. Y en ese contexto, el desafío que tiene por delante es enorme. Además de sacar a su país del “infierno”, construir una legitimidad y una voluntad popular a partir de ese reducido apoyo electoral inicial. ¡Y lo logra! Y lo interesante es cómo lo logra.
Antes decía que la irrupción de Néstor es sopresiva, novedosa. Es un hombre que sabe leer la realidad, la profundidad de la crisis y las brechas que se abren para construir políticamente, para galvanizar una voluntad colectiva de cambio sustentada en la organización política y en una memoria histórica que vuelve a enlazar antiguas batallas con demandas actuales.
A su protagonismo interno, a su papel de estadista y dirigente que se adelanta a los escenarios, que los configura, que sale a dar batalla y a disputar la agenda política a los medios concentrados y a la casta política conservadora, Néstor Kirchner comienza a sumarle un rol activo en la definición de la política regional.
A las urgentes reparaciones en materia de derechos humanos y políticas económicas y sociales dentro de su país que comienzan tempranamente a configurar lo que hoy es el kirchnerismo, Néstor agrega un papel decisivo de promotor de la agenda de integración regional y fundamentalmente una acción claramente decisiva en el sostenimiento de los procesos populares y democráticos de cambio de la Patria Grande. Un apoyo vital, crucial, frente a los intentos de desestabilización y de golpe dirigidos a interrumpir experiencias políticas democratizadoras y gobiernos populares.
Junto al resquebrajamiento de la hegemonía neoliberal que se da al interior de su país, y a cuyo fin Néstor contribuye decisivamente, comienza a desplegarse un nuevo consenso en la región que reemplaza al consenso de Washington. En ese despliegue el papel de Néstor Kirchner es fundamental.
No podemos olvidar esa Cumbre de Mar del Plata, en Argentina, allá por el 2005, cuando se le puso fin a la iniciativa norteamericana del ALCA. Ese encuentro y esa intervención suya junto a Chávez, junto a Evo y con el apoyo de tantas organizaciones y militantes, marcaron el final del ALCA y el despertar de una política soberana de integración regional y reconocimiento mutuo entre pueblos hermanos.
Kirchner creía firmemente en la política, en la capacidad de definir nuestros destinos como pueblos y como naciones por medio de la acción política. Como su primer presidente, le imprimió a UNASUR un dinamismo particular, otorgándole una gran vitalidad lejana a pesadas lógicas burocráticas.
La reivindicación de la política como esfera primordial y como la única legítima para decidir los destinos de los pueblos, que caracterizaba su pensamiento, está presente en esta UNASUR que ha hecho de la defensa irrestricta de las instituciones democráticas uno de sus pilares fundamentales. A su papel como mentor y primer presidente de UNASUR debemos en buena medida el fortalecimiento de nuestras democracias.
A diferencia de otros dirigentes, Néstor Kirchner entendió el proyecto de la Patria Grande no sólo como una utopía, como un sueño sino como una necesidad práctica, como una herramienta para alcanzar el desarrollo integral de nuestras sociedades. Fue sin dudas el hombre que hacía falta en el momento inaugural de UNASUR. Con su gran capacidad de negociación, con su espíritu plural, con su determinación, Néstor logró articular las diferentes partes, la complejidad de los diferentes escenarios, para avanzar en la unidad.
Las ecuatorianas y los ecuatorianos siempre recordaremos su papel, la rapidez de la reacción de la UNASUR bajo su liderazgo, cuando un puñado de uniformados aupados por sectores golpistas de oposición se alzaron contra la democracia, hace ya 4 años. En ese 30 de septiembre, Néstor Kirchner puso toda su determinación y el respaldo de la UNASUR a las instituciones democráticas ecuatorianas. ¡Nigún interés por encima del voto popular! ¡Una integración verdaderamente democrática, de los pueblos! Ese es su legado, el legado que tenemos que continuar y cultivar.
Nunca vamos a olvidar ese cambio de tono, esa nueva gestualidad podríamos decir, que fue signo de todo un cambio de época en Nuestra América. Presidentes que se mostraban como amigos, una confianza y un sentido de pertenencia a un destino compartido como jamás se había visto. Presidentes cercanos a sus pueblos, pueblos cada vez más cercanos entre sí, venciendo décadas de indiferencia por la suerte de nuestros vecinos.
Su esposa, la presidenta Cristina Fernández, lo expresaba muy claramente cuando decía, en una cumbre del Mercosur, en 2008: “Nunca como ahora los gobernantes en América Latina nos hemos parecido tanto a nuestros gobernados”. Un verdadero signo de época que siempre estará asociado en nuestra memoria a esa imponta informal, llena de frescura y de cordialidad con la que Néstor Kirchner se dio a conocer en toda América latina como uno de sus grandes líderes. Recordamos también su participación en apoyo de la democracia en Bolivia, cuando las élites separatistas quisieron poner en jaque al gobierno de Evo.
Néstor fue un convencido de la integración, pero no sólo a nivel de los Estados, sino de los pueblos. Prueba de ello fue su política migratoria: a poco tiempo de iniciada su gestión, lanzó un plan de regularización ampliamente generoso para con las hermanas y hermanos migrantes de la Patria Grande. Esto decía en ese momento, defendiendo esa política migratoria: “… apostamos a que realmente en el marco del MERCOSUR entren a sentir a cada país como su propia Nación y en este caso a la Argentina”.
Néstor, desde el Ecuador te estaremos siempre agradecidos por tu compromiso democrático y latinoamericanista, por tu papel decisivo en la afirmación de la Patria Grande como camino y como destino. Te fuiste demasiado pronto, tenías muchos años por delante para seguir en esa tarea enorme de construir puentes y estrechar lazos entre nuestras naciones. Te perdimos muy tempranamente, pero siempre te recordaremos con gratitud y renovando nuestro compromiso con los pueblos hermanos, con la democracia y con la soberanía nacional y popular.