ARMAY CHISHI, BAÑO ESPIRITUAL QUE NOS RECUERDA QUE SOMOS SEMILLA.
Cuando era niña me parecía que la música de rondines y flautas bajaba desde el Imbabura revolcándose con el viento frio y aremolinándose en las esquinas de Otavalo bailaban el Inti Raymi (fiesta del sol), día y noche los gusanos de humo llevaban al cielo el olor a mote y chicha cocinada con la que cada casa recibía a los Aya Uma y sus bailadores de pantalón bombacho e inmensas flores de colores, recuerdo sus camisas blancas pañuelos rojos o azules y en su mano un carrizo fresco de donde una bandera blanca también bailaba con fuerza iluminando la noche. Al amanecer era mágico ver entre las chacras amarillas la mujer Kichwa que parecía un ángel vestido de luna con una inmensa sábana blanca, donde acurrucaba las mazorcas de maíz alimento para los wawas y la tierra. Al crecer aprendí que en esta fecha el Sol emprendía un nuevo camino y que era necesario bailar, bañarse y quemar todo aquello que nos represente una carga negativa en los proyectos que estábamos a punto de construir. Desde entonces no he faltado a limpiarme en las aguas de la cascada de Peguche en el momento de la dualidad cada 22 de junio, para que el armay chishi (baño espiritual) que es un espacio personal e intimo se convierta en una celebración comunitaria de esperanza y reencuentro con el yo simple y natural, reconociéndonos inmensamente diminutos, como el maíz que nos da vida y que desde su pequeño cuerpo amarillo nos llena de orgullo e identidad nacional.