La revolución trasquilada
Apenas transcurridos los primeros 100 días del nuevo gobierno constatamos una nueva configuración del escenario político cuyos contornos y ejes predominantes responden a una agenda construida sistemáticamente por la prensa hegemónica a fuerza de la reiteración de los lugares comunes del “anticorreísmo”.
Los contendidos de este nuevo / viejo “consenso poscorreísta” no son nuevos. La novedad radica en el hecho sorprendente de que la comunicación gubernamental se ha sumado, con mayor afán que la propia prensa corporativa, a la tarea de construir esa matriz de opinión.
La sorpresa, la novedad, la ruptura frente a lo previsible puede ser un recurso necesario para marcar iniciativa política, para oxigenar, renovar y alterar el escenario en beneficio de un proyecto político. Sin embargo, como hemos visto, pronto puede convertirse en una sucesión de acciones y gestos repetidos hasta el cansancio, previsibles, dirigidos todos hacia un mismo fin, cada vez más inocultable: deshacerse de un legado y de una pertenencia, reinventarse por fuera (e incluso en contra) del proyecto ganador el 2 de abril.
¿Quiénes son los “genios” que le aconsejaron al presidente Lenín Moreno, con el pretexto de asentar su autoridad y de marcar su propio “estilo”, apuntar sus dardos de manera casi diaria a la obra de la Revolución Ciudadana y a la persona del expresidente?
Estos meses han estado sembrados de gestos y anuncios presentados de manera rimbombante y que, lejos de comunicarse como detalles o matices frente a la administración anterior, pretenden ser su reverso. La lista es larga y no voy a hacer aquí el recuento, pero cualquiera que sea el anuncio que nos venga a la memoria, no nos será difícil reconocer un denominador común: ya sea que tomemos como ejemplo nimiedades como la propuesta de venta del avión presidencial, o cuestiones más de fondo, como el diagnóstico gubernamental de la situación económica, o el “nuevo” discurso en relación a la prensa hegemónica y la designación de Larenas al frente de El Telégrafo, veremos que el mensaje del Gobierno calza a la perfección con el ánimo anticorreísta y el relato opositor de todos estos años.
Es como si el equipo más cercano a la toma de decisiones en Carondelet estuviese motivado por un solo objetivo: desmontar el “correísmo” y la Revolución Ciudadana desconociendo el núcleo de su identidad como proyecto y atacando cotidianamente la autoridad simbólica y política de su líder histórico.
Ante esto, casi desde el inicio del nuevo gobierno, como militantes de una causa política con contornos ideológicos precisos, éramos cada vez más los que nos preguntamos si todo esto no era ya demasiado; si esta prédica sistemática, tanto explícita como implícita, contra las líneas maestras del proyecto político que gobernó los últimos 10 años y que volvió a vencer el 2 de abril pasado no era, en cambio, mucho más que un error táctico del gobierno, toda una confesión pública de sus intenciones.
Cuando los anuncios de un gobierno que se presume heredero y continuador de un proyecto popular y progresista producen, apenas asumido, alegría y satisfacción revanchista en sus opositores, de manera casi diaria, estamos ante un gravísimo problema, que afecta la base misma de la democracia. Porque, o bien el gobierno en cuestión equivoca su estrategia empoderando involuntariamente a los adversarios históricos del proyecto político del que proviene, o bien directamente ha adoptado la agenda de sus antagonistas derrotados en las urnas, con el fraude a la voluntad popular que eso supone.
Y así, en este nuevo / viejo país con el que amanecemos cada día vemos el retorno de prácticas contra las cuales combatimos durante más de una década, alcanzando importantes logros institucionales y políticos. Vemos también a viejos actores de lo más rancio y conservador de nuestra sociedad “empoderados, envalentonados y soberbios”, como los describía en mi artículo anterior, que vuelven a sentirse dueños de la opinión pública.
En este nuevo contexto, asistimos hace poco a la resurrección de un lenguaje propio de la Guerra Fría en boca del sector más arcaico e impopular de la jerarquía de la Iglesia católica que, sin el menor apego a la verdad, hablaba de “partido único”, con un mensaje casi de excomunión a los protagonistas de la Revolución Ciudadana. Por alguna extraña razón, los vemos empoderados, casi en rebeldía contra la laicidad del Estado que en el fondo nunca quisieron aceptar y alzando el dedo acusador no contra las élites económicas y financieras que quebraron el país y provocaron durante décadas la miseria y la pobreza de millones de ecuatorianas y ecuatorianos, sino exclusivamente contra nosotros, contra Rafael Correa y los cientos de miles de militantes comprometidos con un proyecto político humanista, de ruptura frente al paradigma neoliberal y de construcción de una sociedad justa y soberana.
“¿Cuántas cosas más que no lograron en las urnas se quieren bajar los derrotados del 2 de abril?”, preguntaba yo en aquel artículo. Pero entonces hablábamos de una oposición ensoberbecida que aprovechaba el llamado al “diálogo nacional” como plataforma de relanzamiento de sus agendas. Ahora, cuando vemos cada vez con mayor claridad cómo muchas iniciativas que parecen responder a esas agendas se originan en el mismo gobierno, la situación se revela muchísimo más grave.
Llegamos a escuchar a un ministro -advenedizo y oportunista- que tuvo la osadía y la arrogancia de solicitar la renuncia del vicepresidente, no por apego a ninguna clase de valor ético, sino porque evidentemente se sintió empoderado por ciertos sectores para profundizar la brecha existente entre nuestro Movimiento y el Gobierno con el solo fin de obtener algún beneficio político.
La lucha contra la corrupción ha sido y es consustancial a nuestro proyecto político. Para nosotros, detrás de un funcionario corrupto hay un interés particular, privado, que lesiona el bien común y debilita las potencialidades transformadoras de la política. Jamás la Revolución Ciudadana ha promovido la impunidad de los hechos de corrupción que caracterizaba al viejo país. Siempre lo dijimos: en el momento en que se demuestre la participación de un funcionario de nuestro movimiento en actos de corrupción, sin importar de qué nivel se trate, será inmediatamente apartado de nuestras filas por ética, por convicción política y por respeto a los miles de militantes honestos que se han jugado por este proyecto político.
Pero desde la comunicación gubernamental se pretende instalar una narrativa anticorrupción desmemoriada que reproduce punto por punto las líneas trazadas por el discurso opositor, ante la cual no podemos permanecer ingenuos ni dejar sin responder el golpe bajo que pretende echar un manto de sospecha generalizada sobre la Revolución Ciudadana, de la mano de la resurrección de viejos actores políticos ligados a la corrupción orgánica y el saqueo del Estado.
Narrativa desmemoriada, digo, porque olvida o ignora convenientemente todos los esfuerzos y logros alcanzados en la última década por nuestro gobierno para establecer controles y ponerle fin a una corrupción institucionalizada que campeaba en los sectores público y privado, y con la que se topaba cada ecuatoriano en su vida cotidiana, a la hora de realizar los más simples trámites o de acceder a derechos básicos en un Estado secuestrado por verdaderas mafias.
Y como si todo esto fuese poco, como si no bastara esta operación meticulosa de ataque sistemático al legado y la proyección política de la Revolución Ciudadana, se ha hablado por allí de la necesidad de una consulta popular que permita al nuevo gobierno ganar mayor legitimidad. Y es cierto, el mecanismo de consulta popular es un instrumento que fortalece y extiende la democracia y puede resultar, como lo ha sido ya en la historia de nuestro proyecto político, una importante herramienta de impulso a sus batallas. Pero en cuanto leemos los que serían los contenidos potenciales de esa consulta, como echar abajo la mal llamada “reelección indefinida”, la enmienda de ampliación democrática que aprobamos en apego a la Constitución y las leyes y tras un amplio proceso de socialización, constatamos, una vez más, lo que hay detrás: otro ataque simbólico al corazón de un Movimiento y de un proceso histórico.
¿Por qué, tan alegremente, se impulsaría este retroceso en derechos de participación política y en derechos de la ciudadanía a elegir su gobierno? Para nosotros, el único mandante es el pueblo y, con este principio, dimos en su momento las discusiones que había que dar en un escenario marcado por las amenazas de los promotores de la intolerancia y el odio.
Entonces, cuando discutíamos la transitoria, fui clara al manifestar que la coyuntura nacional y regional requería el liderazgo del compañero Rafael Correa para un nuevo periodo y que era él la persona más indicada para garantizar la continuidad y coherencia del proyecto político de la Revolución Ciudadana (http://www.gabrielarivadeneira.com/breve-reflexion-sobre-la-posible-transitoria-y-la-postulacion-del-presidente-correa/ y http://www.gabrielarivadeneira.com/disposicion-transitoria-y-compromiso-permanente/). Pero me allané, como correspondía, a la disciplina partidaria y voté, junto con mi bloque, la disposición transitoria que dejó sin efecto la posibilidad de reelección del entonces Presidente.
Con todo, enfrentamos y salimos victoriosos frente a lo peor de la política ecuatoriana, la derecha violenta y minoritaria de los “banderas negras”, frente a la gran prensa concentrada y mercantilista, con sus opinólogos y pronosticadores del “fin de ciclo”. Y ahora resulta que, tras tanto esfuerzo, entrega y pasión, ¿vamos a restablecer, una por una, en el centro de la escena, las demandas de la derecha que derrotamos en las urnas?
Enfrentamos con dignidad, inteligencia y compromiso militante la doble operación en marcha contra la Revolución Ciudadana que busca desnaturalizarla y agraviarla. La peor amenaza que podríamos sufrir ahora mismo es la de la “elección indefinida”. Es hora de definiciones. Porque la verdadera opción no fue nunca monólogo versus diálogo, como interesadamente pretendieron algunos; la verdadera opción fue y es la de siempre: diálogo sincero con la ciudadanía, con nuestras bases sociales, con los trabajadores, comerciantes, pescadores, agricultores, jóvenes, mujeres, pueblos y nacionalidades; diálogo honesto, coherente con nuestros principios y valores, versus el “diálogo” que celebra el establishment, que no es más que un palabra bonita para denominar a la vieja componenda con los factores de poder.
Tenemos que ser honestos con nosotros mismos y coherentes con el proyecto político al que nos debemos. No vamos a permitir que en nombre de la Revolución Ciudadana se desmonten sus cimientos ni se enturbien sus horizontes. No vamos a renunciar, por nada del mundo, a nuestra esencia. Seguiremos actuando y debatiendo los grandes temas nacionales desde la perspectiva ideológica que nos define: alfarista, de izquierda, popular, progresista y latinoamericanista. Con gobierno o sin gobierno, de la mano de la ciudadanía, del pueblo ecuatoriano, ¡vamos a seguir haciendo historia! ¡A defender la democracia y la voluntad popular! ¡Vamos a construir, entre todos, resistencia ciudadana a la restauración conservadora!