Soberbios, envalentonados y empoderados
El diálogo político con sectores de oposición debe ser eso: diálogo con sectores de oposición. No para que dejen de serlo, no para que su agenda se convierta en la nuestra. No para que se consagren victoriosos los intereses que la Revolución Ciudadana y el pueblo ecuatoriano lograron derrotar el 2 de abril.
Cuando un proyecto popular y progresista victorioso como el nuestro se dispone a dialogar con representantes de partidos y cámaras empresariales que han sido los adversarios históricos, los antagonistas por excelencia de su proyecto nacional, debe hacerlo con claridad de objetivos políticos, para alcanzar de mejor manera sus objetivos estratégicos. No para diluir sus contornos, no para renunciar a su razón de ser. Porque la Revolución Ciudadana nunca fue ni será el proyecto político que exprese esos intereses y no debe, bajo ningún pretexto, ensoberbecerlos, envalentonarlos, ni empoderarlos.
Con sorpresa, vemos cómo, con qué soberbia, desconociendo la voluntad popular y aprovechando la plataforma del “diálogo nacional”, esos sectores comienzan a expresarse casi como si fuesen a cogobernar. Como si hubiesen encontrado en la amplia convocatoria de nuestro gobierno el modo de ganar lo que no pudieron ganar en las urnas. ¿Cómo –me pregunto– la Revolución Ciudadana podría cometer el error de ceder terreno en aristas fundamentales al polo de poder tradicional, cuya herencia de pobreza, desigualdad, exclusión y entrega tanto nos ha costado superar estos años?
Por eso señalamos, con preocupación, los contornos que el diálogo nacional, a nuestro criterio, como Movimiento político, debe tener. El diálogo debe ser, ante todo, una herramienta para fortalecer el proyecto político y debe tener como base, principalmente, un profundo diálogo interno y con nuestros aliados y potenciales aliados. Debe hacer foco en la ciudadanía, mas no en los poderes fácticos y corporativos.
Se entiende que, en un contexto de derrota, un proyecto político se vea obligado a realizar concesiones, a retroceder en su agenda, a establecer alianzas, incluso, con sectores que no comparten sus mismos horizontes. Pero eso no se entiende cuando un proyecto político es convalidado en las urnas, cuando obtiene un nuevo triunfo al cabo de 10 años de transformaciones profundas y luego de superar dificultades importantes. ¡No se entiende!
Asistimos atónitos a un nombramiento que hiere en lo profundo una lucha emblemática de nuestro proyecto político. Porque poner al frente de El Telégrafo a un personaje que proviene del entramado comunicacional hegemónico, esa matriz brutalmente antidemocrática contra la que hemos batallado todos estos años en pos de una comunicación más democrática, es como poner al zorro a cuidar al gallinero o, dicho en clave más ovejuna, poner al lobo a cuidar a las ovejas.
Ahora quieren esos sectores “eliminar” la ley de Plusvalía, que nos costó tanto esfuerzo sostener frente a la derecha violenta y minoritaria de los “bandera negra”. Una medida necesaria para enfrentar la especulación inmobiliaria y absolutamente coherente con el espíritu de nuestro proyecto político: construir equidad y justicia social.
Quieren también “derogar” la Ley de Comunicación. ¿Qué más quieren derogar? ¿Cuántas cosas más que no lograron en las urnas se quieren bajar los derrotados del 2 de abril? Lo sabemos: quieren borrarnos de la historia, quieren borrar todo el legado de la Revolución Ciudadana.
Señores: ¡Permiso! Ganamos las elecciones, nuestro plan de gobierno venció a la propuesta del banquero Lasso. ¡Aquí hay un Movimiento firme y decidido a defender la victoria popular!
Discúlpenme, pero yo no entré a la política para caerle bien a todo el mundo. Creo que nadie que haya abrazado la causa de la izquierda, nadie que se haya sentido honestamente conmovido y convocado por la Revolución Ciudadana pensó jamás que sería aplaudido a diestra y siniestra. Errores, cometimos, seguro, pero ¡tomamos partido! Porque eso es hacer política. Lo demás, estar bien con Dios y con el Diablo, es camuflar los intereses para los cuales, de buena o de mala fe, consciente o inconscientemente, se trabaja.
No será en nuestro nombre, no será en nombre de la Revolución Ciudadana que las agendas, los intereses, las visiones y hasta los nombres mismos de la vieja y caduca partidocracia neoliberal regresen, contra la voluntad popular, a dictar el rumbo de la política ecuatoriana.